domingo, 28 de septiembre de 2008

El jardín de la Esperanza



Una de las mayores satisfacciones es la que uno percibe al contemplar su jardín y enorgullecerse de todo el sudor y el esfuerzo que depositó en aquella inversión, de cuyos resultados sólo él podría beneficiarse. Es la ocasión de recordar las horas de más que nos encadenamos lucrativamente al crecimiento del negocio y de comprobar que fue el mejor contrato que jamás pudimos firmar, el de tanto más trabajes tanto más recibirás a cambio. Por fin llegó el momento de relajarse en la tumbona y de pararse a observar el paso del tiempo que ahora acaricia nuestra piel esparciéndonos su bálsamo rejuvenecedor. 

Tengo la fortuna de habitar un chalé en las afueras de Madrid y sobre todo de disfrutar del bienestar y el sosiego que me proporciona salir a su jardín. A mi bello, esplendoroso y fructífero jardín. En él rebajo mi índice de estrés metropolitano, merced a un espacio donde convergen los parámetros intimidad y amplitud física, sin necesidad de salir de casa. Parte de mi personal satisfacción me la atribuye la legítima posesión de bienes instalados en él, desde un olivo, hierbabuena, perejil y otras plantas relacionadas con la gastronomía, pasando por los entrañables gnomos de porcelana, hasta la piscina prefabricada que estos días ha estado acaparando todas mis atenciones. Podríase pensar que hasta aquí ha llegado la visión macrosociológica de la propiedad individual, a la reducción sistemática en viviendas unifamiliares. Pero desgraciadamente no es así, sino que en la pirámide también se encuentra, mirándonos hacia abajo, un jardinero mayor, a cuyos ojos faraónicos todas nuestras propiedades le pretenecen, y en cuyo jardín representamos el tan entrañable papel de gnomo.

Esperanza Aguirre Gil de Biedma es presidenta de la Comunidad de Madrid, y está convencida de que tal título le confiere la total disponibilidad de nuestros esfuerzos, haciendo honor a su apellido, evocador de la mismísima "cólera de Dios". Lo demuestra llevando a cabo una política de derechas matizada (que no corregida) por una lista de valores liberales que bien pudiera pasar como programa político de algún nuevo partido. Poco le faltó, y no fueron las ganas. El "modus operandi", basado en un plan de dudosa viabilidad política pero de incuestionables beneficios económicos es sencillo. Consiste en privatizar cualquier cosa o servicio que se encuentre dentro de su radio de acción.

El chalé de Esperanza está en la ciudad de Madrid, pero su jardín linda con Guadalajara, Cuenca, Toledo, Ávila y Segovia. Orgullosa y con posibles económicos, sigue decorándolo con cualquier producto que encuentre en el mercado, a empezar por colegios y hospitales. Esta serie de actividades, a los ojos de cualquiera, no parecen desplegarse más allá del ámbito de legalidad donde se mueve la Presidenta; pero juega sucio.

Tal y como he empezado diciendo, he crecido en Coslada -ahora mundialmente conocida por los escándalos públicos de facinerosos con placa- y escribo estas líneas desde mi casa en San Fernando de Henares, una especie de apéndice municipal que se desprende del anterior. Ninguno de los dos pueblos ha tenido nunca Seguridad Social, de modo que a cada sector de habitantes se le asignaba la atención médica de un hospital del centro. Nada apuntaba a salvar en un futuro este sinsentido, hasta que llegó Esperanza descubriéndonos su nombre revelador, sobre el que finalmente primaría el histórico apellido. Dijo Aristóteles que la esperanza era el sueño del hombre despierto, quizá no lo estuviéramos lo suficiente, porque nuestra facilidad de engaño se equiparó a la de un niño adormilado. Nos prometió un hospital, público. Y bien, intereses municipales aparte, se inauguró un hospital, precario en todos los sentidos, pero justo a tiempo, esto es, previo a las últimas elecciones autonómicas. Sin embargo, no es la patraña electoral la responsable de mi enfado, sino la desvergüenza necesaria para tornar el carácter público de la sanidad en un centro a cuya creación hemos contribuído pecuniariamente todos los vecinos de la zona. Para ello, los aduladores cuentan con un plan preconcebido que comienza con -actualmente- la totalidad de la plantilla pública, continúa con -de aquí a tres años- la incorporación de una directiva venida de empresas sanitarias privadas, y culmina con -tras seis años de optimismo- el hospital privatizado de cabo a rabo. 

En palabras ejemplares, nuestro empeño por pagarle al Ayuntamiento un hospital público tan sólo hará que engorde el bolsillo de las empresas privadas y las arcas del jardín de Aguirre, un lugar donde escasea la esperanza.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Dios mío, te has olvidado de los patos descabezados de tu jardín...

Bromas aparte, decirte que me has quitado en el descuento el tema del que pensaba hablar en la próxima entrada de mi blog, pero bueno, como coincidimos plenamente no hay nada más que decir.

Tan solo recordar que no hay nada más patriótico como la defensa de lo público. Todos los españoles contribuyendo de manera altruista a ayudar a quien lo necesita. No hay bandera con más simbolismo que la que ondea en un hospital o instituto público, porque allí representa realmente lo que hay detrás de sus colores, una nación generosa dispuesta a andar conjuntamente en un mismo camino, construyendo juntos salud y educación.

Pero bueno, algunos siguen empeñados en idolatrar lo privado...

Dani López dijo...

En efecto, pese a lo que digan algunos, todo lo que sea inyección de capital privado, implica inyección real de control privado. Esto es, la sanidad, para quien pueda pagársela. Osease EEUU. Un ejemplo a seguir, sin duda. A seguir por las clases económicas más pudientes, y los grupos políticos más pudientes.

¿Y los enfermos con poco poder adquisitivo? Bah, a Dios nunca le importaron mucho.

Buen post.
Saludos Cordiales